Los colores no existen, es el título de un artículo de la BBC .Lo que existe realmente es la luz, explica el neurocientífico Beau Lotto . El rojo de los bomberos, las manzanas verdes, el cielo anaranjado, son construcciones de nuestro cerebro. Sin embargo, pese a que no "existen", los colores tienen una historia equivalente a la edad del hombre.
La elección de un color nunca es arbitraria. Los colores connotan, hablan, pero a través de los siglos no siempre dijeron lo mismo. Su significado varía con los tiempos y las culturas, precisamente porque son construcciones. Los usamos, los elegimos, nos identificamos, evidencian nuestros gustos, miedos, prejuicios, el modo de ver el mundo.
En una nota sumamente interesante publicada por el suplemento Radar, de Página/12, Buenos Aires, del 21 / 1 / 2007, Dominique Simonnet entrevista sobre el tema al antropólogo e historiador Michel Pastoureau autor del imperdible Breve historia de los colores (Paidós) :
"[...]La religión, la política,la ciencia y hasta los acontecimientos históricos los han sometidos( a los colores) y han sido sometidos por ellos. Esconden historias asombrosas y mitos infundados. Conocer el modo en que se los trató a cada uno es conocer el espíritu de cada época.[...]
AZUL
Los griegos, la Virgen y el Partido Conservador
"Empecemos por la estrella, el azul: es el color favorito de los
europeos, y hasta de los occidentales.
–Toda la civilización occidental
da preeminencia al azul. Sin embargo, no siempre ha sido así. Durante mucho
tiempo el azul fue un color poco apreciado. No se encuentra ni en las grutas
paleolíticas ni en el Neolítico, cuando aparecen las primeras técnicas de tinte.
En la Antigüedad no se consideraba realmente un color, status que sólo tenían
el blanco, el rojo y el negro. Con excepción del Egipto faraónico, el azul era
incluso objeto de desdén.
Sin embargo, es omnipresente en la naturaleza, y especialmente en el
Mediterráneo.
–Sí, pero el color azul es
difícil de fabricar y de dominar, y ésa es sin duda la razón por la que no tuvo
ningún papel en la vida social, religiosa o simbólica de la época. En Roma era
el color de los bárbaros, del extranjero. Tener los ojos azules era en una
mujer señal de mala vida. Para los hombres, una marca de ridículo. Entre los
griegos encontramos confusiones de vocabulario entre el azul, el gris y el
verde. La ausencia del azul en los textos antiguos intrigó tanto a algunos
filólogos del siglo XIX que... ¡llegaron a creer seriamente que los ojos de los
griegos no eran capaces de percibirlo! Esta situación perdura hasta la Alta
Edad Media: así, por ejemplo, los colores litúrgicos, que se forman en la época
carolingia, lo ignoran (se constituyen en torno del blanco, el rojo, el negro y
el verde). Todavía quedan huellas de ese pasado medieval, ya que el azul sigue
ausente del culto católico... Y luego, de pronto, todo cambió.
–No. Lo que se da es un cambio
profundo en las ideas religiosas. El Dios de los cristianos se convierte
precisamente en un dios de luz. Y la luz se vuelve... ¡azul! Por primera vez en
Occidente se pintan los cielos de azul –antes eran negros, rojos, blancos o
dorados–. Más aún, se estaba entonces en plena expansión del culto mariano.
Ahora bien, la Virgen vive en el cielo...
A partir del siglo XII, la Virgen
aparece en las imágenes cubierta con un manto o vestido azul. La Virgen se
convierte en la principal promotora del azul. De repente el azul se vio
divinizado y se difundió no sólo en los vitrales y en las obras de arte sino
también en toda la sociedad: puesto que la Virgen va vestida de azul, el rey de
Francia también lo hará. Al cabo de tres generaciones, el azul se convirtió en
una moda aristocrática. Animados y solicita dos, los tintoreros rivalizaban por
encontrar nuevos métodos, y así consiguieron fabricar unos azules magníficos.
Entonces el azul divino estimuló la economía...
–Las consecuencias económicas
fueron enormes. De pronto, la demanda de glasto (o hierba pastel) se disparó.
En Estrasburgo, los comerciantes de granza, la planta que da el color rojo,
estaban furiosos. Incluso llegaron a
sobornar a un maestro vidriero encargado de representar al diablo en los vitrales
para que lo pintara de azul, para degradar asía su rival.
¡Empezó una guerra abierta entre el azul y el rojo!
–A finales de la Edad Media, la
oleada moralista que provocaría la Reforma afectó también a los colores: empezó
a decidirse qué colores eran dignos y cuáles no. La paleta protestante se
articuló alrededor del blanco, el negro, el gris, el pardo... y el azul. Este
discurso moral también promueve el negro, el gris y el azul en el vestuario
masculino. Y sigue aplicándose en nuestros días. En ese aspecto, seguimos viviendo
bajo el régimen de la Reforma.
Entonces el azul, que tuvo tan mal comienzo, triunfa.
–En el siglo XVIII se convierte
en el color favorito de los europeos. Se pone de moda en todos los ámbitos. El
romanticismo acentuará esa tendencia: al igual que su héroe, el Werther de
Goethe, los jóvenes europeos se visten de azul y la poesía romántica alemana
celebra el culto de este color tan melancólico; algún eco de esta melancolía ha
quedado en el vocabulario, como la palabra blues... En 1850, una prenda de ropa
le da otro empujoncito: los jeans, inventados en San Francisco por un sastre judío,
Lévi-Strauss, son el pantalón ideal, y con su gruesa tela teñida al índigo
introducen el azul en el mundo del trabajo.
También habría podido teñirlos de rojo...
– ¡Ni pensarlo! Los valores
protestantes dictan que la ropa debe ser sobria, digna y discreta.
El azul ha adquirido un significado político...
–En Francia fue el color de los
republicanos, que se oponía al blanco de los monárquicos y al negro del partido
clerical. Pero poco a poco se desplazó hacia el centro, dejándose desbordar a
su izquierda por el rojo socialista y luego comunista. Digamos que fue
expulsado hacia la derecha. Después de la Primera Guerra Mundial pasó a ser un
color conservador: tras la guerra, la Cámara de Diputados francesa recibió el
nombre de Chambre Bleu Horizon, en razón del color del uniforme de ex combatientes
que llevaba el elevado número de diputados conservadores.
¿Y hoy?
–Hoy, el azul es un color
consensual para las personas tanto físicas como morales: los organismos
internacionales, la ONU, la Unesco, el Consejo de Europa, la Unión Europea,
todos han elegido un emblema azul. Se elige por exclusión, después de eliminar
los demás. Es un color que no impacta, no disgusta y suscita unanimidad. Por
eso mismo ha perdido su fuerza simbólica.
ROJO
Papas, putas y caperucitas
La supremacía del rojo se da en todo Occidente. ¿Es simplemente porque
atrae la mirada, puesto que en la naturaleza apenas está presente?
–Evidentemente se destacó porque
rompía con el entorno. Pero existe otra razón: es que muy pronto se consiguieron
dominar los pigmentos rojos y se utilizaron en pintura y tintes. Treinta y
cinco mil años antes del nacimiento de Cristo, el arte paleolítico utilizaba
el rojo, obtenido sobre todo a partir de la tierra ocre-rojo.
Tuvo, entonces, un pasado más glorioso que el azul.
–Sí, era un color admirado, y se
le confiaban los atributos del poder, es decir, los de la religión y la guerra.
El dios Marte, los centuriones romanos, algunos sacerdotes. Todos vestían de
rojo. Se impuso porque remitía a dos elementos omnipresentes en toda su
historia: el fuego y la sangre. Podemos considerarlos tanto positiva como
negativamente, lo cual nos da cuatro polos en torno de los cuales el cristianismo
primitivo formalizó una simbología tan
fuerte que todavía perdura en nuestros días.
El rojo fuego es la vida, el
Espíritu Santo de Pentecostés, las lenguas de fuego regeneradoras que descienden
sobre los apóstoles; pero es también la muerte, el infierno, las llamas de Satanás
que consumen y aniquilan. El rojo sangre es la sangre que Cristo derramó, la
fuerza del Salvador que purifica y santifica; pero es también la carne
mancillada, los crímenes y las impurezas de los tabúes bíblicos.
El rojo se identificará con los signos del poder...
–A tal punto que a partir de los
siglos XIII y XIV, el Papa, hasta entonces consagrado al blanco, se viste de
rojo. Y los cardenales harán otro tanto. Eso significa que tan magníficos
personajes están dispuestos a derramar su sangre por Cristo. En ese mismo
momento, en los cuadros, el diablo aparece pintado de rojo, y esta
ambivalencia se acepta muy bien.
¿Y Caperucita Roja, que se aventura en los bosques de la Edad Media?
¿Entra en este juego de símbolos?
–Desde luego. En todas las
versiones del cuento -la más antigua se remonta al año 1000–, la niña va de
rojo. ¿Es porque se vestía a los niños de rojo para no perderlos de vista, como
aseguran algunos historiadores? ¿O porque, como afirman algunos textos
antiguos, la historia transcurre el día de Pentecostés y en la fiesta del
Espíritu Santo, cuyo color litúrgico es el rojo? ¿O porque la niña iba a encontrarse
en la cama con el lobo e iba a correr la sangre, tesis que plantean los
psicoanalistas? Prefiero la explicación semiológica: una niña de rojo lleva un
tarrito de manteca blanca a una abuela vestida de negro... Ahí tenemos los tres
colores básicos del sistema antiguo. Los encontramos en otros cuentos:
Blancanieves recibe una manzana roja de una bruja negra. Es el mismo código
simbólico.
Apuesto que el rojo, insolente, no gustó a los encopetados líderes de
la Reforma.
–¡Y aún menos porque es el color
de los “papistas”! A los protestantes, el rojo les parecía inmoral. Se refieren
a un pasaje del Apocalipsis en el que San Juan cuenta cómo la gran prostituta
de Babilonia cabalgaba, vestida de rojo, encima de una bestia llegada del mar.
Para Lutero, Babilonia es Roma. Por lo tanto, hay que expulsar el rojo del
templo, y de las ropas de todo buen cristiano. A partir del siglo XVI, los
hombres ya no se vestían de rojo (salvo los cardenales y los miembros de
determinadas órdenes de caballería). En los medios católicos, las mujeres sí
podían hacerlo. Hay un curioso cambio de posiciones: en la Edad Media, el azul
era más bien femenino (por la Virgen) y el rojo, masculino (signo de poder y
de la guerra). Ahora, en cambio, el azul se convierte en masculino, por ser más
discreto, y el rojo, en femenino. Conservamos rastro de ellos: azul si el bebé
es niño, y rosa para las niñas. El rojo seguirá siendo el color de la novia
hasta el siglo X I X .
¡La novia vestía de rojo!
–¡Claro! Sobre todo entre los
campesinos, la gran mayoría de la población de entonces; porque el día de la
boda uno se pone sus mejores ropas, y una prenda bonita y rica es
necesariamente roja, porque éste es el color que mejor les sale a los tintoreros.
En este punto encontramos nuestra ambivalencia: durante mucho tiempo las
prostitutas tenían la obligación de llevar una prenda de ropa roja para que en
la calle las cosas estuviesen muy claras; por la misma razón, se colgaba una
lámpara roja a la puerta de los burdeles. El rojo describe las dos vertientes
del amor: lo divino y el pecado de la carne. Al cabo de los siglos, el rojo de
la prohibición también se impuso. A partir del siglo XVIII, un trapo rojo
significará peligro.
¿Tiene alguna relación con la bandera roja de los comunistas?
–En octubre de 1789, la Asamblea
Constituyente decretó que se colocaría una bandera roja en los cruces para
señalar la prohibición de formar grupos y advertir que la fuerza pública podía
inter-venir. El 17 de julio de 1791, muchos parisinos se reunieron en el Campo
de Marte para exigir la destitución de Luis XVI, que acababa de ser detenido en
Varennes. Como existía amenaza de motín, Bailly, el alcalde de París, ordenó
izar una gran bandera roja. Pero los guardias nacionales disparron sin aviso:
hubo unos cincuenta muertos, que se convirtieron en “mártires de la
revolución”. Por una sorprendente inversión, esa bandera roja, “teñida con la
sangre de esos mártires”, se convierte en emblema del pueblo oprimido y de la
revolución en marcha. La Rusia soviética la adoptó en 1918 y la China comunista
en 1949.
¿Y actualmente?
–Entre nosotros, además, el rojo
es siempre señal de fiesta, Navidad, lujo, espectáculo: los teatros y las
óperas suelen decorarse con rojo. Y el rojo suele asociarse al erotismo y a la
pasión. Pero el viejo simbolismo ha perdurado y así las señales de prohibición,
los semáforos rojos, el teléfono rojo, el alerta roja, la tarjeta roja, la Cruz
roja, todo esto deriva de la misma historia, la del fuego y la sangre.-
El gran malentendido
¿Le parece sacrílego preguntarse si el blanco es realmente un color?
–Es una pregunta muy moderna, no
habría tenido ningún sentido hace tiempo. Para nuestros antepasados no había
ninguna duda: el blanco era un verdadero color. En las sociedades antiguas, se definía
lo incoloro como todo lo que no contenía pigmentos: se trataba a menudo del
tinte de base antes de utilizarlo, el gris de la piedra, el marrón de la madera
en bruto, el crudo del tejido al natural. Al convertir el papel en el principal
soporte de textos e imágenes, la imprenta introdujo una equivalencia entre lo
incoloro y el blanco, que pasó a ser considerado como el grado cero del color,
o como su ausencia.
En nuestro vocabulario, el blanco está asociado a la ausencia, a la
falta: una página en blanco (sin texto), una noche blanca (sin sueño), una bala
blanca (sin pólvora), un cheque en blanco (sin importe)... O: “Me he quedado en
blanco”.
–Son ciertas esas huellas en el
lenguaje, pero en nuestro imaginario asociamos espontáneamente el blanco a la
pureza y la inocencia. Sin duda porque resulta relativamente más fácil hacer
algo uniforme, homogéneo y puro con lo blanco que con los de-más colores. En
algunas regiones, la nieve ha fortalecido este símbolo. Desde la Guerra de los
Cien Años, en los siglos XIV y XV, se enarbola una bandera blanca para pedir el
cese de hostilidades: el blanco se oponía entonces al rojo de la guerra. Esta dimensión
simbólica es casi universal.
Virginidad... Sin embargo, contaba que las novias vestían de rojo...
–Sí, antaño, en la época de los
romanos, la virginidad de una mujer no tenía la importancia que luego se le
dio. Con la institución definitiva del matrimonio cristiano, en el siglo XIII,
se hizo esencial, por razones de herencia y genealogía, que los críos que
nacieran fuesen realmente hijos de su padre. Desde finales del siglo XVIII,
cuando los valores burgueses se imponen sobre los valores aristocráticos, se
intima a las muchachas a que hagan alarde de su virginidad. Y tuvieron que
llevar vestidos blancos.
Cultivamos una obsesión por el blanco: ¡ahora hasta la ropa lavada
tiene que quedar más blanca que el blanco!
–Es cierto: buscamos el
ultrablanco, un punto en que lo simbólico coincide con lo material. Siempre se
ha buscado ir más allá del blanco. En la Edad Media, el dorado desempeñaba esa
función: la luz muy intensa adquiría reflejos dorados, se decía. Hoy, a veces
se utiliza el azul para sugerir el más allá del blanco: el freezer en la
heladera (más frío que el frío), los caramelos de menta superfuertes, o los glaciares
en azul en los mapas, sobre el fondo blanco de la nieve...
El blanco es pureza, pero también la vejez...
–El blanco de la vejez, el de los
cabellos canos, indica serenidad, paz interior, sabiduría. El blanco de la
muerte y del sudario se reúne entonces con el blanco de la inocencia y de la
cuna. Como si el ciclo de la vida empezase en el blanco, pasara por diferentes
colores y terminara en el blanco. Además, en Asia y en una parte del África, es
el color del duelo.
La vida como recorrido dentro de los colores... Es linda metáfora.. Hay
otro símbolo: somos europeos, se supone que tenemos la tez blanca.
–¡Eso es un código social! La
blancura de la piel siempre ha funcionado como una señal de recono-cimiento. En
el pasado, los campesinos que trabajaban al aire libre tenían la tez tostada y
los aristócratas consideraban obligado tener la piel lo menos atezada posible
para distinguirse bien de ellos. En las sociedades de corte de los siglos XVII
y XVIII se embadurnaban con cremas para obtener una máscara blanca, que
algunas zonas resaltaban con rojo. La expresión “sangre azul” se refiere
justamente a esta costumbre: tenían la cara tan pálida y translúcida que se
veían las venas, y algunos llegaban a redibujárselas para que no los
confundieran con los labradores. En la segunda mitad del siglo XIX convenía
distinguirse de los obreros, que tenían la piel blanca porque trabajaban en
interiores. Para la elite, llega la época de los baños de mar y la piel bronceada.
Y ante la mirada de otras sociedades, el llamarnos a nosotros mismos
“blancos”, ¿significa que tenemos la ambición de creernos “inocentes”?
–Los “blancos” nos consideramos inocentes, puros,
limpios, a veces incluso divinos o sagrados. El hombre blanco no es blanco,
desde luego, como tampoco lo es el vino blanco. Pero estamos apegados a este
símbolo que halaga nuestro narcisismo. Los asiáticos, en cambio, ven en nuestra
blancura una evocación de la muerte: les parece que el hombre blanco europeo
tiene una tez tan mórbida que aseguran que realmente huele a cadáver.
NEGRO
Entre el lujo y la austeridad
El negro, el otro enfant terrible de los colores, forma,
igual que el blanco, banda aparte. ¿Es un color de verdad? ¿A qué se debe su
reputación sombría?
–Espontáneamente, pensamos en los
aspectos negativos del negro: los temores infantiles, las tinieblas y, por lo
tanto, la muerte, el duelo. Esta dimensión está presente en la Biblia, donde el
negro está ligado a las adversidades, los difuntos y el pecado, y también está
asociado a la tierra, es decir, al infierno, al mundo subterráneo. Pero existe
un negro más respetable, el de la templanza, el de la humildad, el de la austeridad,
el que llevaron los monjes e impuso la Reforma. Se transformó en el negro de la
autoridad, el de los jueces, los árbitros, los automóviles de los jefes de
Estado. Y conocemos aún otro negro: el del chic y la elegancia.
A veces se afirma que el negro contiene todos los demás colores.
–Si mezclamos todos los colores,
se llega en realidad a una especie de pardo o de gris. Químicamente es muy
difícil conseguir el verdadero negro. Por eso en la Edad Media el negro está
poco presente en las pinturas. Fue la moral el acicate de la técnica: la
Reforma declaró la guerra a los tonos vivos y profesaba una ética de la
austeridad y lo oscuro, y a los tintoreros italianos les pedían colores “prudentes”.
Los grandes reformistas se hicieron retratar de negro. Es un color de moda en
el siglo XVI no sólo entre los eclesiásticos sino también entre los príncipes.
Lutero se vestía de negro; y Carlos V, también. El negro elegante de los trajes
de gala es una herencia directa del negro principesco del Renacimiento.
El negro es, además, el color del duelo. ¿Es así en todas partes?
–No. En Asia, aunque el negro
también se asocia a la muerte, el duelo se lleva vestido de blanco, porque el
difunto se transforma en un cuerpo de luz, se eleva hacia la inocencia y lo
inmaculado. En Occidente, el difunto regresa a la tierra. Ya entre los romanos,
las ropas del duelo eran grises, el color de la ceniza. Hasta el siglo XVI,
sólo los aristócratas podían pagarse un traje de duelo, porque el negro era muy
caro.
En política tampoco era un buen augurio.
–En tiempos pasados, la bandera
negra era la de los piratas y significaba la muerte. Fue recuperada por los
anarquistas en el siglo XIX y llegó a pisarle el terreno a la bandera roja de
la ultraizquierda. Y luego el negro de la ultraizquierda alcanzó al negro de la
ultraderecha que representaba, según los países, al partido conservador, al
partido monárquico o al de la Iglesia.
Igual que el blanco, al negro se le ha discutido su status de color...
–En primer lugar, por la teoría
del color luz de la Edad Media. Mientras se creía que el color era materia, no
había problemas: había materias negras y el negro era un color como los demás.
Pero si el color era luz... ¿no era acaso el negro la ausencia de luz, y por lo
tanto de color? El segundo cambio: la aparición de la imagen grabada y de la
imprenta impuso poco a poco la pareja negro-blanco. El tercer cambio: la
ciencia mete cuchara en el asunto.
Desde Aristóteles se clasificaban
los colores según ejes, círculos o espirales. Siempre había lugar para el negro
y el blanco, a menudo en uno de los extremos. Al descubrir la composición del
espectro del arco iris, Isaac Newton estableció un continuo de colores que por
primera vez excluye el negro y el blanco.
A partir del siglo XVII, estos
dos colores fueron relegados a un mundo aparte. A partir del siglo XIX, el
blanco y negro es el mundo sin colores. La democratización de la fotografía y
luego el desarrollo del cine y la televisión, que en principio fueron bicromos,
acabó por familiarizarnos con la oposición: colores por un lado, blanco y
negro por otro.
Pero el contraste entre el negro
y el blanco no es más fuerte ni más pertinente que los demás. Esuna simple
convención.
VERDE
Entre Mahoma y el dólar
El verde parece un color apagado, sin brillo ni historia...
–Era un color químicamente
inestable. No es muy complicado obtenerlo, porque muchos productos vegetales
pueden servir como colorantes verdes. Lo difícil es estabilizarlo. En tinte,
esos colorantes aguantan poco en las fibras y los tejidos enseguida adquieren
un aspecto descolorido. Lo mismo ocurre con la pintura: las materias vegetales
se consumen con la luz. Y las artificiales, aunque dan bonitos tonos intensos y
luminosos, son corrosivos. Hasta hace poco, las fotografías en color estaban afectadas
por este carácter volátil del verde. En las de la década del ‘60, cuando los
colores se pasan, el verde siempre es el primero que desaparece. Sea cual sea
la técnica utilizada, el verde es inestable y a veces peligroso. Su simbolismo
se ha organizado por entero en torno de esta idea: representa todo lo que se
mueve, cambia. Es el color del azar, del juego, del destino, de la suerte, de
la fortuna. En los casinos de Venecia, a partir del siglo XVI se echaron las
cartas sobre un tapete verde. En todos lados se coloca el dinero, las cartas o
las fichas encima del color verde.
Que el dólar sea verde, ¿es casual?
–Nunca es casualidad la elección
de un color. Tiempo atrás, el símbolo del dinero era el dorado y el plateado,
que la imaginación popular relacionaba con el metal precioso de las monedas.
Cuando se fabricaron los primeros billetes de dólar, entre1792 y 1863, el verde
ya estaba asociado a los juegos con dinero y, por extensión, a la banca y a
las finanzas. Los impresores no hicieron otra cosa que prolongar el antiguo
simbolismo.
¿Y ha cobrado nuevos simbolismos?
–Hoy, nuestra sociedad urbana
ávida de clorofila lo ha convertido en símbolo de libertad, de juventud, de
salud, algo que habría resultado incomprensible para un europeo de la
Antigüedad, de la Edad Media e incluso del Renacimiento. Para ellos, el verde
no tenía nada que ver con la naturaleza, que hasta el siglo XVIII se definía
sobre todo por cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra. Probablemente
fuera el Islam primitivo el primero en asociar verde y naturaleza: en la época
de Mahoma, cualquier lugar donde hubiera algo de verdor era sinónimo de oasis,
de paraíso.
Se dice que al Profeta le gustaba
llevar un turbante y un estandarte verdes. Este color se convirtió en
emblemático en el mundo musulmán, lo que quizá contribuyó a desvalorizarlo a
ojos cristianos en períodos de hostilidad. Hoy, el verde de la vegetación se ha
convertido en el de la ecología y la limpieza, en el símbolo de la lucha contra
la inmundicia, el más higiénico de los colores contemporáneos junto con el
blanco.
No nos une el amor sino el espanto
El amarillo parece el color menos apreciado, el que nadie se atreve a
lucir demasiado. ¿Ha hecho algo espantoso para merecer tan mala fama?
–En las culturas no europeas, el
amarillo siempre ha tenido una connotación positiva: en China, durante mucho
tiempo, estuvo reservado al emperador y sigue ocupando un lugar importante en
la vida cotidiana, asociado al poder, la riqueza y la sabiduría. Pero, en Occidente,
el amarillo no se aprecia tanto: en el orden de preferencias, suele citarse en
último lugar.
¿Se sabe de dónde proviene este escaso aprecio?
–La principal razón de este
desamor se debe a la competencia desleal del dorado: con el tiempo, el color
dorado absorbió los símbolos positivos del amarillo, todo lo que evoca el sol,
el calor, la luz y, por extensión, la vida, la energía, la alegría, la potencia.
El amarillo, al quedar sin su
parte positiva, se ha convertido en un color apagado, mate, triste, que
recuerda al otoño, la decadencia, la enfermedad. Pero, peor aún, se transformó
en símbolo de la traición, el engaño, la mentira. Judas se representa con
prendas amarillas, y en el siglo XIX a los maridos engañados se los
caricaturizaba representándolos con corbata o trajes amarillos. No sabemos por
qué, no tenemos explicación ni en los elementos que evoca de modo espontáneo
(el sol), ni en la fabricación del color mismo. Es posible que la mala
reputación que tiene el azufre, que a veces provoca desórdenes mentales y al
que se considera diabólico, haya tenido algo que ver, aunque como explicación
es insuficiente.
La estrella amarilla se inventó ya a fines de la Edad Media, ¿no?
–Sí. Hacia mediados del período
medieval, se convierte también en el color del ostracismo, que se impone a las
personas que se quiere condenar o excluir, como ocurrió con los judíos. Es
Judas quien transmite su color simbólico al conjunto de las comunidades judías,
primero en las imágenes y luego en la sociedad real. A partir del siglo XIII,
los concilios se pronuncian contra el matrimonio entre cristianos y judíos, y
piden que estos últimos luzcan una señal distintiva. Al principio es una rueda,
o bien una figura como las Tablas de la Ley, o incluso una estrella que evoca a
Oriente. Todos esos signos se inscriben en la gama de los amarillos y rojos. Más
tarde, al instituir que los judíos lleven la estrella amarilla, los nazis no
hicieron sino acudir al abanico de símbolos medie ¿Y en algún momento en
particular se da un cambio de status?
–La depreciación del amarillo
perdurará hasta los impresionistas. Y en los cuadros fauvistas, y luego en los
amarillos excesivos del arte abstracto. En las décadas de 1860-80, la paleta de
los pintores cambia: pasan de la pintura en estudio a la pintura en el
exterior, y hay otro cambio cuando se pasa del arte figurativo al
semifigurativo, luego a la pintura abstracta, que utiliza menos matices.
Este cambio de status del
amarillo se produce a finales del siglo XIX, cuando se producen los gran-des
cambios en la vida privada y las costumbres. Pero el amarillo hoy no abunda en
nuestra vida cotidiana. Lo admitimos en las cocinas y el cuarto de baño, donde
está permitido cierto exceso cromático. Pero los coches amarillos, por ejemplo,
siguen siendo una rareza.
¿Qué particularidad tiene el amarillo hoy?
–A veces tiene la función de un
semirrojo: es la tarjeta amarilla del fútbol. Quizá sea una herencia del odio
de los moralistas protestantes hacia los fastos y las joyas. Desde el siglo
XX, el color dorado se ha vuelto vulgar. El verdadero rival del amarillo eshoy
el anaranjado, que simboliza la alegría, la vitalidad, la vitamina C. Sólo los
niños lo apoyan: en sus dibujos suelen representar un sol muy amarillo y las
ventanas iluminadas las pintan de amarillo. Pero se apartan de este simbolismo
al crecer.
APÉNDICE
Los semicolores
“Los seis colores de base son los
únicos que no tienen referentes, se definen de modo abstracto sin necesitar una
referencia en la naturaleza. Los semicolores, en cambio, sí la necesitan. Son
el violeta, el rosa, el naranja y el marrón. Deben su nombre a un fruto o una
flor: el marrón existía antes que existiese la palabra marrón, la naranja antes
que el color naranja, la rosa antes de que se hablase del rosa.”
El gris
“Posee todos los rasgos
de un verdadero color: no tiene referentes, la palabra es antigua (viene del germánico
grau) y posee un doble simbolismo. Para nosotros evoca la tristeza, la
melancolía, el aburrimiento, la vejez; pero en una época en que la vejez no
estaba tan desvalorizada, remitía a la sabiduría, la plenitud, el conocimiento.
Incluso actual-mente ha conservado la idea de inteligencia: la materia gris.”
Los matices
“No son portadores de
simbolismos. No tienen más que significado estético: mientras el violeta posee
una simbología, el matiz lila ya no la tiene. Según los tests de óptica, el ojo
humano puede diferenciar hasta ciento ochenta o doscientos matices, pero no
más. Lo cual vuelve estúpidos los anuncios para computadoras donde se habla de
miles de millones de colores.”
Los colores primarios y secundarios: un mito
“Los químicos del siglo XVIII
presentaron una teoría pseudo científica que definía unos colores‘primarios’
(amarillo, azul, rojo) y unos colores complementarios’ (verde, violeta,
naranja). Esta tesis llegó a influir en los artistas de los siglos XIX y XX,
hasta el punto que muchas escuelas pictóricas decidieron trabajar
exclusivamente con los colores ‘primarios’ y, eventualmente, con el blanco y el
negro. Esta teoría no corresponde a ninguna realidad social, niega todos los
sistemas de valores y de símbolos que están vinculados con el color desde hace siglos
y se niega a admitir que el color es en primer lugar un fenómeno esencialmente
cultural.” "
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